“Aunque las palabras sean siempre
una magia menor,
transmisoras del mayor milagro,
ahí sigue la poesía pura, quiero decir, su fuente,
para continuar el camino bíblico y cosmogónico de la estrella,
en donde los muertos son vivos y
arden en una luz infinita.”
~pi
Soy un ente ingrávido,
sometido voluntariamente a la ley de 1865,
camino porque quiero caminar.
En una noche fría, clara y llena,
yo atravesaba la Vía Láctea en Aracena
cuando todas las estrellas rodearon la luna,
y una de ellas me abdujo y me atrapó.
Subí en un instante hasta detrás del sol,
en cuyo centro se encuentra la verdadera llama,
en su radio total el calor absoluto.
Yo lo atravesé.
Cuando llegué a la estrella,
el dedo se me abrió como un armario
y por allí me entró un mensaje a los ojos,
una revelación no descifrada por el hombre.
Después,
la estrella me lanzó a la tierra,
con el estruendo de un cajón que se cierra.
Hay que decir,
que yo soy de un lugar de ganado y hierba
y que aquella noche onubense,
caminaba tirando palos y piedras delante de mí,
para que los animales que estaban tumbados
se levantasen y huyesen.
Yo sabía que algún prodigio iba a suceder
y quería que se asombrasen,
o protegerlos, no lo sé muy bien.
Cuando volví de la estrella,
desanduve el camino hasta la cama de paja
en la que todas las noches abría los ojos.
En una piedra de ese recorrido,
encontré un tritón,
lo cogí y lo devolví al agua,
porque es anfibio el tritón.
No sé qué significa esto.
No le conté nada a nadie de mi viaje.
Te lo digo a ti solamente.
Ya no hablo con mis hermanos,
hablar no sirve de nada,
no cambiará las cosas,
porque ellos prefieren un chocolate Nestlé
a subir a una estrella.
Al día siguiente me fui a deambular,
encontré un jamón
y no sé si me lo comí a bocados o algo de eso.
Y desde entonces soy un ente ingrávido,
camino porque quiero caminar,
voluntariamente sometido a Isaac Newton desde 1865
y a André Bretón desde 1924.
Y a mí mismo.
Y al mundo.